Neoliberalización de la ciudad colombiana
Por
Hernando Uribe Castro
Magíster en Sociología
Dubai en Emiratos Árabes es, sin duda, uno de los mejores ejemplos
para comprender la dimensión del capitalismo como organizadora y constructora
de ciudades. Ella es una ciudad queo se ha convertido en icono y
referente a seguir para otras, dada la majestuosidad de las construcciones y la
opulencia que refleja el desarrollo del siglo XXI y que genera en
la lógica de las inversiones y del turismo un referente importante no solo para
invertir, sino que además se construye para afrontar las exigencias del
capitalismo global en donde eficiencia,
efectividad y eficacia en ámbitos citadinos claves como excelentes vías,
posibilidad de comunicaciones con todo el mundo, así como núcleo de inversiones
y destino turístico de gran valor.
En América latina, las principales ciudades desde hace
aproximadamente dos décadas, han empezado a incorporar elementos del
neoliberalismo en su estructura urbana, como sucede con las principales
capitales del mundo. Es decir, hoy es posible observar las conexiones entre los
procesos de privatización y las transformaciones urbanas[1]
que conllevan a diferencias socioespaciales, o como se ha dado en llamar:
segregación urbana (residencial o socioespacial).
En la ciudad latinoamericana privatizada, el sistema ha dispuesto
espacios especiales segregados por clases sociales, ocupación y rasgos
étnicos-raciales, así como ingreso, condiciones ambientales y poder
adquisitivo. Ciudades que se consideraron centros históricos hoy son centros de
consumo cultural y marcas de mercado, como por ejemplo, Cartagena de Indias.
Una ciudad en la que se focaliza y se polariza la concentración de riqueza y de
pobreza. Un ejemplo claro de ese proceso de privatización de la ciudad que
permite importante reproducción de excedentes de capital para las élites
hegemónicas políticas y económicas es Bogotá.
Según el diario económico, empresarial y financiero de Colombia La
República, del 28 de mayo de 2012, se anunciaba que: Avenida El Dorado es la
nueva gran “milla de oro”. No se puede perder de vista que la calle 26 (Avenida
El Dorado) es para Bogotá su columna vertebral, eje vial principal. Sobre este
corredor se están concentrando grandes inversiones de los principales grupos
económicos en Colombia, como Santo Domingo y la Organización Sarmiento Angulo
quienes están desarrollando un macroproyectos sobre este corredor vial que
conecta el Aeropuerto Internacional El Dorado con la Carrera 50.
Expresa este diario que: “Las millonarias construcciones han
convertido el lugar en una milla de oro en la que hay cabida para hoteles,
empresas, complejos comerciales, además de que se reivindica como una zona
residencial”. Un sector que se ha beneficiado con la construcción de estaciones
para el transporte masivo conocido como Transmilenio que garantizó y mejoró la movilidad
y la conectividad de este sector con el resto de la ciudad.
Los efectos de este proceso conlleva a varios hechos, uno de
ellos, el alto valor que adquiere la tierra por metro cuadrado a tal punto que
son precios que pocos tendrían posibilidad de pagar: “los precios del metro
cuadrado en la zona alcanza los niveles de ciudades como Madrid […] se están
gestando algunos proyectos como edificios de oficinas que pueden estar con
valores desde los $5.500.000 hasta $6.500.00 por metro cuadrado como es el caso
del edificio de la Cámara Colombiana de la Infraestructura. Sin embargo, se
puede llegar a otros montos más altos en valores de oficinas de hasta
$7.200.000 como es el caso del proyecto Capital Towers…”. Pero en la medida que
se construye esta ciudad empresarial dirigida al mercado, se destruyen y se
olvidan otros espacios urbanos que se convierten en sectores marginales
habitados por grupos de pobladores con grandes dificultades económicas y
sociales, así como de participación y progreso. Bogotá ve acrecentado el
urbanismo ilegal.
Así pues, el conflicto es por la posesión y propiedad de tierra
entre estos grupos que desarrollan todo tipo de construcciones entre centros de
convenciones, edificios de oficinas, hoteles y complejos comerciales, se
contrapone a la Bogotá construida por grupos de familias necesitadas de
viviendas y de un lugar donde vivir. Se constituye así en Bogotá, una ciudad
empresarial que toma gran distancia de la otra Bogotá, la del pueblo, la del
ciudadano, que hace parte de los casi nueve millones de personas restantes que
habitan en la capital del país.
En esta lógica espacial del capitalismo las ciudades son lugares
más extraños al poblador. Una ciudad que margina y violenta por la vía de la opulencia, que
excluye a la gran mayoría de sus habitantes, pero que a su vez cuenta con el
aval de los gobiernos de turno que apoyando estos procesos de privatización, se
convierten en “buenos negociadores” que hacen de los planes de desarrollo
urbano, portafolios para la atracción de inversiones e inversores extranjeros.
Olvidan eso si que dentro de sus promesas de gobierno, la totalidad de las
veces se pondera no precisamente el desarrollo de los sectores de élite y de
concentración del capital, sino precisamente aquellos menos favorecidos,
carentes de infraestructura básica y que se convierten en el mejor fortín para
sus intereses electoreros, dada la cantidad de votos que en estos sectores
consiguen para alcanzar el poder político y económico que viene tras ello.
Lo anterior nos lleva entonces a una ciudad que en ese proceso de
neoliberalización se fragmenta más, segrega más población y margina a tal punto
que polariza su espacio y su sociedad.
huribe@uao.edu.co
6 de junio de 2012
[1]
Sobre este asunto ver el trabajo de Nik Theodore,
Jamie Peck+ y Neil Brenner. Urbanismo neoliberal: la ciudad y el imperio de
los mercados. Temas Sociales nº 66 marzo 2009.