Este es un espacio que propone reflexiones y debates sobre la inter-retro-conexión sociedad en la Naturaleza y la Naturaleza en la sociedad.

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jueves, 19 de febrero de 2015

PLAN NACIONAL DE DESARROLLO "TODOS POR UN NUEVO PAÍS" ¿QUÉ TIPO DE ESTADO SE CONSTRUYE?

Plan Nacional de Desarrollo “Todos por un nuevo país”
¿Qué tipo de Estado se construye?

Por:
Hernando Uribe Castro
Magíster en sociología
Estudiante del doctorado en Ciencias Ambientales, Universidad del Valle
Profesor Universidad Autónoma de Occidente

Uno de los indicadores que mejor puede dar cuenta del tipo de Estado que se construye por parte de los agentes interesados, es precisamente el Plan Nacional de Desarrollo, que es el mecanismo mediante el cual se plasma la gestión del Estado acorde al mandamiento constitucional y a los intereses de los agentes acumuladores del capital (oficiales y privados).

El Plan Nacional de Desarrollo también se convierte, de este modo, en un instrumento para la acción del Estado, proceso mediante el cual, los agentes y funcionarios administradores en colaboración con los agentes privados del capital transforman de esa idea de Estado (como abstracción) a algo concreto y real.

Tres elementos integran la acción de Estado: lo oficial, lo público y lo universal. (Bourdieu, 2014). Una dimensión oficial en el sentido de que son acciones realizadas por agentes legitimados oficialmente por ser representantes, comisionados o encargados por ocupar un puesto público en la estructura burocrática y administrativa, cobijados bajo legitimidad y en nombre del Estado, como por ejemplo, el Presidente de la República. Una dimensión pública en el sentido de que son acciones de interés público y de interés y conocidas por todos. Y una dimensión universal porque es de interés general a toda la sociedad, algo así, como una decisión que compete a todos.

Con todo esto claro, entonces se puede comprender el sentido que el gobierno nacional del presidente Juan Manuel Santos pretende dar con el Plan Nacional de Desarrollo bajo el título “Todos por un nuevo país” como propuesta que integra las tres dimensiones de la acción de Estado: lo oficial, lo público y lo universal.

Un nuevo país en el sentido de un contexto de transición hacia una sociedad en posconflicto. Un contexto que implica transformaciones importantes, por una parte, en los diferentes campos que componen el Estado: jurídico, administrativo y de lo legal, es decir en su sentido amplio, el campo burocrático o de la administración del Estado. Y por otra parte, en las transformaciones que requiere la sociedad para este nuevo contexto, en su sentido físico y simbólico.

El nuevo plan de desarrollo desplegará las estrategias de gestión encaminadas tanto a los procesos de financiación del posconflicto que ya han sido anunciados por el propio presidente -haciendo uso de los recursos obtenidos por las actividades extractivas, como la minería-; procesos de orden y control, como reestructuración de las fuerzas del orden público, transformación de las entidades del control fiscal, estadístico e informacional; como a los procesos de legitimación en la sociedad a través de las transformaciones simbólicas y culturales requeridas, tales como educación, comunicaciones y ritos de Estado. No es extraña, entonces, la propuesta del gobierno de lograr la jornada única de estudio para todo el sistema educativo en Colombia.

Pero las preguntas más importantes son  ¿qué es lo que se legitima con este plan nacional de Desarrollo? ¿Quiénes están detrás del nuevo proyecto de país? ¿Hacia dónde se encaminan los esfuerzos del posconflicto?

Indudablemente, el nuevo proyecto de país requiere de una Colombia en posconflicto no solo para atraer las inversiones extranjeras sino también para legitimar la explotación de los recursos de la naturaleza.

El nuevo escenario de posconflicto alienta la implementación de las políticas neoliberales, ahora presentadas bajo el discurso de la tercera vía.

Lo que pretendió hacer el gobierno de Uribe en sus dos gobiernos a través de la guerra y la confrontación armada haciendo uso de la entrega de los recursos y del territorio a las firmas extranjeras, hoy lo hace Santos a través de sus dos gobiernos, pacificando el país, para que una vez más pacificado se justifique el ingreso de capitales y se extraigan de modo más eficiente estos recursos.

El resultado finalmente es hacer del territorio nacional espacio de la economía globalizada, focalizando el desarrollo en algunos sectores y dejando otros al margen.

Para ello su Plan Nacional de Desarrollo con el lema “Todos por un país” que contiene en la frase misma, la expresión de una dominación simbólica en el sentido de que el mensaje pretende dar la idea de que todos están incluidos, de que es una decisión de todos, es decir, universal. Frase que legitima y universaliza las intenciones particulares de unos agentes, ahora transformadas (maquilladas y teatralizadas) como interés colectivos de la nación.

A pesar de ello, se requiere que se concrete el proceso de negociación en La Habana. Que los acuerdos sean el puente hacia la reconstrucción de una Colombia en convivencia: por el respeto a la vida y su dignidad, en toda su dimensión, al planeta Tierra y a todos los seres vivos que habitamos en ella.




miércoles, 18 de febrero de 2015

DOMINACIÓN SIMBÓLICA Y COLONIZACIÓN INTERNA: EL FÚTBOL COMO DEPORTE ESPECTÁCULO

Dominación simbólica y colonización interna: el fútbol como deporte espectáculo

Por
Hernando Uribe Castro
Magíster en Sociología
Estudiante del doctorado en Ciencias Ambientales, Universidad del Valle

Me sigue llamando profundamente la atención, el modo como los dinamizadores del mercado (agentes globales de las principales marcas comerciales, gerentes de clubes deportivos, gobiernos nacionales, propietarios de medios masivos globales de comunicación), han llevado a la implementación de un conjunto de dispositivos sutiles de dominación simbólica cuyo efecto no se limita sólo al consumo del entretenimiento sino que profundiza una colonización interna.

Entiendo por colonización interna retomando algunos elementos del planteamiento de Pablo Gonzalez Casanova y Silvia Rivera, en el sentido de considerar el ejercicio de la dominación física y simbólica que se hace de las estructuras mentales y cognitivas en cada individuo y comunidad, imponiendo de modo sutil, su situación de  inferioridad, subalternidad, tanto del lugar que se ocupa como del sentido del ser latinoamericano que se es, con respecto a lo europeo.

Un colonialismo en su sentido de disciplinamiento (mantener mentes disciplinadas, más entretenidas y menos pensantes) y de despojo que lleva a la negación del valor de lo propio (lo extranjero es mejor que lo propio). Lugar y sentido del ser son caras de la misma moneda.

Y considero que entre las estrategias recientemente utilizadas se encuentra el fútbol como deporte espectáculo. Pero no me refiero al fútbol como juego y deporte, sino al uso social que se ha hecho de él, como un deporte espectáculo, especulativo, masivo y comercial, transmitido a través de los medios de comunicación masivos, todos los días en todos los momentos del día para promocionar las marcas globales patrocinadoras.

Deseo señalar algunos puntos que me parecen interesantes y que pueden dar una idea de qué es lo que deseo plantear relacionando la dominación simbólica y el colonialismo interno con el fútbol como deporte espectáculo para el caso colombiano:

  • El torneo de fútbol colombiano que por tradición se jugaba los días miércoles y domingos en épocas anteriores, hoy se encuentra distribuido en toda la semana. Todos los días hay partidos del rentado nacional tanto del torneo de la A como del torneo de la B (y no sé cuántos torneos más) que ahora cobran todos destacada importancia.
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  • A esto se suman otros torneos de divisiones menores o de talla internacional, latinoamericano y fútbol europeo. El mundial del fútbol, copa libertadores de América, Eurocopa, el mundial de la sub20, entre otros torneos internacionales.
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  • Muchas veces, algunos equipos logran participar en varios torneos al mismo momento, llevando a una explotación incesante (física) de sus jugadores.
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  • Las personas ahora se hacen hinchas de equipos europeos, (de modo muy particular, españoles), consumiendo no solo los partidos trasmitidos sino también los productos como camisetas, afiches, noticias y todo tipo de símbolos que los identifica con el equipo europeo. Más conocen de la vida de cada jugador que de los problemas del país. Dejando atrás el fervor que despertaban los equipos locales.
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  • Esto ha llevado a un detrimento del modo como se aprecia, se percibe y se valora el fútbol colombiano que para las personas no logra compararse con el juego europeo, que dicen, “es mejor” y de “mayor calidad”.
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  • El que un jugador colombiano se enfile en un equipo extranjero europeo no solo se convierte en una hazaña deportiva sino en un éxito de nación. Por ejemplo, durante los días previos al Mundial de Fútbol 2014 en Brasil, se difunde como noticia de interés nacional la visita que hace el Presidente de la República de Colombia al lesionado Falcao. Más recientemente, la lesión de J. Rodriguez, figura del Real Madrid, se convierte en preocupación nacional y así lo hacen ver los medios.
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  • Un juego de la selección Colombia con Brasil en el Mundial del fútbol llevó a decretar día cívico en Colombia y normas especiales para el control de alcohol de parte de las autoridades. Cosa que no sucede en otro contexto o en otras situaciones.
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  • Solo basta ver el tratamiento que los medios y los productores de la publicidad, incluso el gobierno nacional y organismos internacionales, han hecho de algunos jugadores, nombrados como embajadores simbólicos. Por ejemplo, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito nombró a Falcao como el embajador de la Buena Voluntad. Llama la atención el caso de Nicolette Van Dam que siendo embajadora de la Buena Voluntad renuncio tras la polémica y la presión generada al realizar un montaje fotográfico en Internet de dos jugadores colombianos aspirando cocaína. los titulares marcan: repudio nacional contra la modelo y llamados de atención de la embajada colombiana a la ONU.
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  • El mismo día que operaban a J. Rodríguez de su pie, en un pueblo colombiano se habían asesinado a cinco niños de disparos en la cabeza. Creó conmoción y titularidad la noticia del pie de Rodríguez como preocupación Nacional (siendo la noticia más leída en todos los diarios del país) y poca atención se le prestó en su momento a la masacre de los niños en Caquetá. La noticia del asesinato de los niños tomó importancia mucho después cuando se presiona resultados de investigación de la policía por parte de la comunidad como del mismo Presidente.
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  • El discurso de los medios con respecto a la lesión de J. Rodríguez no va encaminado a establecer que el jugador se recupere porque es su salud, sino que se recupere para que vuelva a producir el espectáculo que el pueblo aclama prontamente. Una mercantilización y cosificación del cuerpo y de la salud de los jugadores.
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  • Los valores extraordinarios de los jugadores, sus transacciones al modo de una esclavitud donde las personas poseen un valor comercial de transacción por sus competencias que, en este caso, son deportivas. No importa el valor del ser humano, importa qué tan bueno es para desempeñarse como jugador del fútbol. La valoración de las nóminas de los equipos de fútbol, entre más alta, más posibilidad de éxito. En esa valoración que se hace, un jugador que se lesiona y que disminuye su nivel, pierde por consiguiente su valor simbólico como su valor comercial.
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  • La explotación comercial del nombre de cada jugador ya no como aquello que le da un reconocimiento ciudadano y de pertenencia a una nación sino como una marca comercial global. Del mismo modo sucede con su figura, su cuerpo y su rostro. Un despojo de su ser y de su identidad como ser humano para convertirse en objeto de transacción comercial y de vitrina de mercado.

Que no se entienda esto como la búsqueda o el señalamiento de los deportistas como culpables. Lo que deseo expresar es el modo como los agentes del capital y del poder, hacen uso del fútbol y de los futbolistas para impulsar procesos de dominación física y simbólica sobre la sociedad, de la que participan agentes (privados y del Estado) con intereses particulares, regularmente relacionados con el incremento de sus excedentes de capital y de poder simbólico.

Todo es posible porque existe una masa de públicos espectadores que consumen lo que estos agentes construyen, establecen e imponen como única verdad y como el camino correcto de vida y de felicidad. Desafortunadamente como sociedad caemos en la trampa y terminamos reproduciendo lo que más rechazamos y negamos. 

viernes, 13 de febrero de 2015

CALI: ¿CIUDAD SEGURA?

Cali: ¿ciudad segura?[1]

Por
Hernando Uribe Castro
Magíster en Sociología
Estudiante del doctorado en Ciencias Ambientales, Universidad del Valle

El 14 de enero de 2015, el periódico El País anunciaba que Santiago de Cali había sido certificada por el Reino Unido “como una ciudad segura para la inversión.” Noticia que es tomada como hecho positivo para la ciudad, tanto por los medios de comunicación, sectores de poder económicos y claro, por la Administración Municipal.

El Alcalde frente a este hecho dijo que “confirma que el Valle es uno de los lugares más atractivos tanto para el turismo como para la inversión pública y privada de muchos países… la ciudad cuenta con todas las condiciones, además de un buen clima de negocio y mano de obra calificada.”

Algo no cuadra. ¿Una ciudad que es segura para el inversionista extranjero, pero insegura para sus pobladores? Entendiendo por “insegura” una definición que supera la estadística criminal (14 asesinatos solo el 1 de enero de 2015), y que incluye inseguridad social, educativa, productiva e institucional del Estado colombiano cuya repercusión se expresa en la inequidad y la amplia desigualdad social.

Incluso, si redujéramos la definición del concepto de “inseguridad” a las tasas de criminalidad, la ciudad estaría en un lugar muy incómodo: según el Informe del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal A.C, la ciudad de Cali se sitúa como la novena ciudad más violenta del mundo, con una tasa de 66.25 por 100 mil habitantes.[2]

La inseguridad se siente en los hogares (acceso a vivienda, carencias básicas, pésima alimentación, desempleo, mínimos salarios), en sus entornos barriales (mal transporte, falta de dotación de espacios políticos, deficiente servicio de agua y energía) y en una ciudad (caótica, segregada, peligrosa, contaminada, destruida). Es decir, es una inseguridad que abarca la totalidad de la existencia. Una inseguridad que abarca la desconfianza en las instituciones y agentes de la administración pública: se desconfía del policía, del Alcalde, del funcionario, del jurista, del juez y del político.

Todas las Administraciones Municipales, incluyendo la presente, siempre se pronuncian, con estadísticas oficiales en mano, y muestran una tendencia favorable. Igual sucede con la institución policial y las instituciones de prestación de servicios sociales y de control social para dar cuenta de sus logros. Pero para la mayor parte de los pobladores, -los que viven la ciudad en su cotidiano discurrir y transitar, todos los días, del trabajo a la casa o de la casa al estudio, madrugar y regresar hasta tarde en la noche, con salarios de miseria, con un sistema educativo y de salud deficiente-, la percepción es otra. Pero ello poco importa para quienes promueven a Cali como un destino económico, tal como ya lo había señalado en mi libro Cali, ciudad de miedos.

Se presencia, entonces, un proyecto de ciudad internacionalizada y atractiva para el inversionista extranjero del Reino Unido, pero insegura y excluyente para los ciudadanos. En ella se encuentran focalizadas y segregadas las inversiones económicas y culturales. Los lugares incluidos y los lugares excluidos.

Un proyecto de ciudad, agenciado por agentes de la elite empresarial (parte de la misma élite política) y que tienen el poder de proponer, aprobar y ejecutar un ordenamiento territorial urbano que continúa reproduciendo la exclusión de la mayor parte de la población de su plusvalía, pero que las incluye para los cobros de impuestos y pago por servicios. Todo ello sucede sin que las personas, los ciudadanos lo sepan porque se legitima con acciones y discursos que reproducen dominación física y dominación simbólica, de tal manera que los ciudadanos ni siquiera saben que no desconocen, que no saben que estas cosas suceden.

Bajo la idea de “ciudad moderna”, de ciudad “CaliDad” se hace creer que el camino hacia el “desarrollo” y el “progreso” es para todos y que se puede ver en la construcción de más y mejores complejos comerciales, ampliación de avenidas, complejos hoteleros para atraer turismo, centros de eventos internacionales de entretenimiento y del deporte que hacen la ciudad atractiva para el inversionista.

Se presencia, entonces, un claro ejemplo de cómo las ciudades en ese proceso de neoliberalización, incursionan en la moda de las ciudades marca. Aquellas que son certificadas por los agentes del Estado, por agentes privados del capital globales y gobiernos internacionales como por ejemplo, Reino Unido en este caso. Los agentes del gobierno ya no son funcionarios sino excelentes empresarios que promocionan la ciudad Marca. El geógrafo David Harvey lo expresa de esta forma: “Los gobiernos locales se han visto obligados en diverso grado a asumir iniciativas más propias de empresas privadas –en particular, por lo que toca a la creación de un entorno favorable para el capital privado a costa, si es necesario, de la población urbana–, un proceso que fomenta la competencia entre las regiones metropolitanas.” (Harvey 2007)

Mientras tanto, en la ciudad, aumentan los problemas por la miseria, la pobreza, los niveles de inseguridad en el sentido amplio del concepto, los atropellos institucionales, la corrupción de los políticos, la desigualdad y la segregación social tan evidente en el espacio urbano. Ciudad segura ¿Para quién o quiénes?

Se me reprochará, seguramente, ¿cómo es posible que usted esté en contra del “desarrollo”  y del “progreso” de la ciudad, de su embellecimiento y de la atracción de inversiones para aumentar el empleo? A lo que responderé, nada más falso que aquel discurso del “desarrollo” y del “progreso” íntimamente asociado a un sistema de poder de dominación física y simbólica. Una ciudad cuya élite de poder permanece vinculada con la construcción de esta región desde los siglos pasados. Una capital de Departamento en donde “un determinado número de agentes que han hecho el Estado, y se han hecho a sí mismos como agentes del Estado al hacer Estado, tuvieron que hacer el Estado para hacerse poseedores del poder del Estado.” (Bourdieu 2014:60). Es decir, una élite que ha penetrado, cooptado y capturado el Estado es la misma que se atreve a gritar y a celebrar a los cuatro vientos que Cali es una ciudad segura… para la inversión extranjera; lo(s) demás, no es (son) su(s) asunto(s).



[1] Columna de opinión publicada el 14 de febrero de 2015. Periódico El Pueblo.
[2] El informe señala que la primera la ocupa la ciudad hondureña de San Pedro Sula con una tasa de 171.20 homicidios por cada 100 mil habitantes.

LA HOMOSEXUALIDAD NO ES UNA ENFERMEDAD

LA HOMOSEXUALIDAD NO ES UNA ENFERMEDAD

Por:
Hernando Uribe Castro, Magíster en sociología
Estudiante del doctorado en Ciencias Ambientales, Universidad del Valle
Profesor Universidad Autónoma de Occidente

A propósito de las noticias más recientes sobre la adopción de niños y niñas por parte de parejas del mismo sexo en Colombia considero que:

Nada es más peligroso para una sociedad que unos profesionales –escudados en nombre de la ciencia y haciendo un uso indebido de ella-, impongan y difundan falsas verdades como verdades absolutas que no tienen piso y sustento. Esta afirmación, verdaderamente falsa, es una bofetada que se le da a los importantes avances que en la psicología, la sociología, la historia y todos aquellos campos del conocimiento que de manera profunda han venido trabajando el tema y han logrado comprender mucho mejor la homosexualidad, como opción de vida privada- valga decir-. Decir, plantear, difundir y sustentar que la “homosexualidad es un enfermedad”, es un retroceso al siglo XIX para Colombia, en un momento donde en otras sociedades se dan pasos importantes para su reconocimiento social y político.

Es una bofetada a los avances en materia de reconocimiento político y social que ha alcanzado el movimiento social como el LGBTI. Mientras que en nuestro país, algunos profesionales de la salud osan pronunciar esta barbaridad, en el resto del mundo, algunos intelectuales aportan a la construcción de unas sociedades incluyentes, con avances positivos para el reconocimiento de derechos del LGBTI. Hoy contamos con una sociología de la sexualidad capaz de desmontar perfectamente todo este discurso medieval, estigmatizador y patológico sobre la homosexualidad.

Agentes de la ciencia que, haciendo un uso acomodado de la información científica, pretenden usarla para justificar sus intereses no solo para lograr alcanzar poder mediático, sino para incidir como una -autoridad intelectual-, con voz y poder, y llegar a los lugares de toma de decisiones trascendentales como el Congreso de la República y/o la Corte Constitucional.

Un interés particular convertido en interés colectivo que, como por arte de magia, se transforma en opinión pública. La opinión de todos. Una opinión universal que se hace pública (se publica) y se pretende como oficial (legal y legítima).

P. Bourdieu expresaba que la autonomía del campo intelectual está cada vez más amenazada “por una convergencia de acciones que (provienen) del campo político y de las acciones periodístico-mediáticas, en las que intervienen “intelectuales populares” que se convierten en servidores de la heteronomía” (2014:305).

Me pregunto: ¿qué intereses ocultos hay detrás de esta afirmación? ¿De dónde y de quiénes provienen? ¿Por qué no abren el debate en lugar de esconderlo? ¿A qué se debe que todavía se sigan planteando estas afirmaciones cuando se consideraban ya superadas? ¿Por qué se escucha sólo a estos profesionales?

Como lo expresó en su momento también Bourdieu, la sociología no invita a moralizarse sino a politizarse. A brindar dispositivos a través de los cuales se puedan combatir estos grandes males, hoy más globalizados, más generalizados y más desastrosos que nunca. Con impactos tremendos para la sociedad.


La capacidad que tienen los dispositivos sociológicos de develar las acciones, ideologías y prácticas ocultas es central en un mundo donde operan estos mecanismos para la dominación física y simbólica de los ciudadanos.

lunes, 9 de febrero de 2015

EL MERCADO LINGÜÍSTICO DEL POSCONFLICTO EN COLOMBIA

El mercado lingüístico[1] del posconflicto en Colombia

Por:
Hernando Uribe Castro

Me ha llamado profundamente la atención en los últimos días, el modo como medios de comunicación (prensa, radio, televisión, Internet), agentes del gobierno, así como juristas y otros personajes, propagan, difunden y pronuncian un conjunto de palabras y frases relacionadas con el nuevo contexto colombiano en el marco de las negociaciones de la Habana. Palabras que vienen tanto de quienes están a favor como de quienes están en contra de los diálogos.

No lo había detallado hasta que el 27 de enero, visitando la página virtual El Tiempo leí el siguiente encabezado: “Se abre debate sobre posibilidad de que ex-Farc integren policía rural.” La noticia se sitúa a partir del anuncio que hizo el presidente Santos al dejar abierta la posibilidad para que desmovilizados de las Farc, una vez dejen las armas tras el proceso de paz, puedan hacer parte de la nueva policía rural, en el escenario del posconflicto en las áreas donde la guerra fue intensa. Por supuesto que no voy a entrar en la discusión de la policía rural, sino de los términos, palabras y frases que, poco a poco, se empiezan a propagar como realidad absoluta en la mente de las personas.

Son muchas, pero voy a señalar algunos: del lado de los defensores del proceso están (“ex-Farc”, “exguerrillero”, “fin del conflicto”, “enemigos del proceso”, “refrendar”, “acuerdos”, “posconflicto”, entre otros), del lado de los que rechazan los diálogos y el proceso (“castrochavismo”, “Izquierdismofariano” “microtráfico” “país de izquierda”). Sin duda, alguna de estas palabras no existen en la realidad, pues son meros artificios discursivos, como es el caso de “castrochavismo” eso no existe. Si se observa detenidamente cada una de estas palabras o frases, abarcan un campo conceptual tremendo

El problema radica en que se hace uso de ellas, incluso algunos  académicos e intelectuales, sin tener precaución, ni prestar atención a aspectos como: ¿Desde dónde proceden? ¿Quién o quiénes los produce? ¿Con qué interés? ¿Bajo qué marcos teóricos y epistemológicos? ¿Cuál es el sentido? ¿En qué contexto? ¿Cuál es el origen de producción? ¿Quiénes son los interesados en que se produzcan?

Es interesante preguntarse por el modo como ellas se instalan en los diferentes escenarios que van desde las conversaciones en la vida cotidiana de las personas del común -que a veces hacen uso de ellas sin comprenderlas o dimensionarlas-, hasta el modo como se instalan en los espacios académicos, institucionales, informacionales, jurídicos, religiosos políticos y económicos. Palabras que terminan naturalizándose (es decir, como si siempre hubieran existido) y aceptándose como absoluta verdad que dan cuenta de la realidad absoluta. 

Todo este mercado lingüístico se ve en los artículos de prensa, en los titulares, editoriales, en revistas, en periódicos, en noticias, en programas de televisión, en entrevistas, en debates, en imágenes, en mensajes de texto, en salones de clase, en artículos académicos y, muy seguramente, de juristas y abogados.

Frente a esto tenemos que decir que son palabras que no aparecen por arte de magia, que tienen un origen social, que emergen de parte unos agentes que las producen, con unos intereses, unas estrategias de fondo con las que pretenden construir ideologías sea de oposición, neutralidad o afiliación.

Son palabras que aparecen en un momento histórico particular, se producen en un lugar que puede identificarse. Son palabras, que convertidas en conceptos, expresan para nada ingenuidad y que por tanto están cargadas de sentido político y simbólico. Un ejemplo claro es la palabra “microtráfico”, construida desde el discurso de la fuerza armada, particularmente policial, para disminuir y hacer creer que el problema del tráfico de drogas es “chiquito” y de red local.” Nada más patético e ingenuo que esto.

Cuando ellas provienen desde las elites gubernamentales, su difusión se da en los discursos, en las entrevistas al Presidente o Ministros y funcionarios, en los documentos y eventos oficiales públicos, todo ellas pronunciadas a través de los distintos medios masivos de comunicación que terminan insertándose en las unidades familiares y en las estructuras mentales y cognitivas de las personas como única realidad, como verdad absoluta porque lo dice el Presidente. Como lo expresa Bourdieu, “la formalización es una propiedad muy importante de este discurso, ya que es a través de ella como lo indecible, lo inefable, a veces lo innombrable se convierte en nombrable; es el precio que se hay que pagar por hacer oficializable lo que no podía ser nombrado.” (2014:89)

De este modo, desde el lado del Gobierno, el papel de este mercado lingüístico tiene la función de legitimar y hacer legitimables, reconocidos y reconocibles, entendidos y entendibles, los puntos acordados en la Habana. Palabras concretas,  frases concretas, sencillas, claras, puntuales que son usadas por la gente, que pueden ser “entendidas” y “entendibles” por todos, conocidas por todos, reproducidas por todos. Palabras y frases que son usadas por todo el mundo: acuerdo, negociación, camino, paz, mesa, diálogo, progreso, desarrollo, prosperidad, entre otras. Como verán todas ellas, o neutrales o afirmativas.

Esto produce en los ciudadanos, lo que he denominado el efecto de “compresión del proceso”, que consiste en hacerles creer (a las personas, “opinión pública”) que están comprendiendo lo que sucede y que por tanto están informados, incluidos e integrados (tenidos en cuenta) a través de su opinión o puntos de vista. Un efecto que hace creer que los códigos que conoce la gente son los mismos códigos que usa el Gobierno.

Este mecanismo de universalización (generalización/homogenización) del mercado lingüístico del posconflicto mediante este lenguaje sencillo y claro, solo es posible por medio del despliegue del poder simbólico y la dominación simbólica que se hace, regularmente, a través de los distintos medios masivos de comunicación. Diría yo, lo que Ignacio Ramonet denomina como un lenguaje “infantilizante”, de los Acuerdos de Negociación en la Habana. Todo esto conlleva a una unificación de la opinión y del pensamiento.

Lo mismo ocurre del lado de los rechazadores del proceso, políticos, expresidentes y todos su equipamiento de agentes y agencias, que han desatado una guerra de palabrería para generar en el espacio social unas ideas que logren contraponerse al argumento del gobierno, tratando de mostrar que ese no es el camino, que se está en retroceso y que la opción es otra. Más que palabras la oposición construye frases tales como: “castrochavismo”, “Gobierno a favor de guerrillas”, “guerrilleros tomaran el poder”, “negociación con terroristas”, “entregar el país a los terroristas”, “las mentiras del Presidente”, entre otras.

Creo que la contienda electoral de este año, será el escenario perfecto para observar, poner atención y captar el modo cómo van apareciendo estas palabras, frases e ideas desde los distintos sectores, grupos y agentes de la sociedad.

Debemos estar en alerta para que este tipo de discurso no opere en nuestro pensamiento y en nuestra comprensión de lo que sucede en nuestro país, si ante no hemos hecho un trabajo de reflexión y comprensión del modo como se producen estas palabras y de quiénes la producen, para tratar de construir nuestro propio criterio y no dejarse manipular de unos sectores interesados en que creamos y aceptemos sus puntos de vista.

Para no terminar diciendo y pensando lo que ellos quieren que digamos y pensemos, y mucho menos para que terminemos como muñecos de ventrílocuo de circo.





[1]  Al modo como lo define Pierre Bourdieu. El lenguaje que opera en un campo como parte de su particularidad con respecto a otros lenguajes de otros campos. El científico y el cura usan discursos diferentes. El dominio del mercado lingüístico es parte de las luchas del campo. “Hay mercado lingüístico siempre que alguien produce un discurso dirigido a receptores capaces de evaluarlo, apreciarlo y recompensarlo” (Cuestiones de sociología, Bourdieu, 2011:122)

domingo, 1 de febrero de 2015

DESALOJADOS Y REUBICADOS DEL JARILLON EN CALI

Desalojados y reubicados del jarillón en Cali

Por: 
Hernando Uribe Castro, Magíster en Sociología
Estudiante del Doctorado en Ciencias Ambientales, Univalle
Profesor Universidad Autónoma de Occidente

Lo primero que deseo señalar es que el fenómeno de ocupación del dique (jarillón) del río Cauca es muy complejo. Porque es un fenómeno, que si bien, inicia hacia finales de la década de los años setenta, sus verdaderas raíces provienen de los planes “modernizadores” llevados a cabo por la élite política local, por allá, en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, cuando la élite, los inversionistas extranjeros y los propietarios con poder (terratenientes) pensaron esta región como un territorio diseñado del que se podría sacar mucho beneficio por sus ventajas geográficas comparativas y competitivas.

Promovieron un proyecto de diseño regional con inversiones del Estado y extranjeras, a partir de obras como diques para recuperar áreas de las inundaciones, embalses, canales, todo ello para favorecer la expansión de la caña de azúcar y, sobre todo, el negocio de la tierra, con repercusiones graves para los ecosistemas y las comunidades asentadas sobre la zona plana.

A esto se sumó las ineficientes políticas urbanas que siempre fueron desbordas por el crecimiento de la ciudad y que nunca pudieron atinarle a los verdaderos problemas que se debían resolver. 

También porque los encargados de la diferentes administraciones municipales a lo largo de la historia de la ciudad le dieron la espalda a este fenómeno y no lo evitaron desde un principio, porque para ellos, esta población repercutía en importantes número de votantes para acceder a los cargos públicos. Entre más comunidades pobres, mejor para ellos porque las podían dominar, controlar y, sobre todo, ilusionar a cambio de votos.

Por ello, este fenómeno de ocupación se debe entenderse en el contexto de producción de la producción de la ciudad Cali y toda la dinámica regional que sobre ella recae. Por ejemplo, durante los años sesenta y setenta la característica fue el caso de las olas migratorias y de desplazamiento de población de regiones próximas y lejanas por violencia, eventos naturales, desplazamiento por el conflicto armado, búsqueda de oportunidades que conllevaron a que emergiera lo que hoy se conoce como el Distrito de Aguablanca y los asentamientos sobre las zonas de ladera.

Hoy Cali, es una expresión clara de lo que en geografía y sociología urbana se conoce como la segregación socioespacial.

Entonces, con este antecedente,  la ocupación del dique es un fenómeno urbano de tal magnitud cuya solución no podría plantearse únicamente desde una perspectiva técnica-instrumental, como precisamente percibo, se está llevando a cabo por los tecnócratas que de vez en cuando salen a dar declaraciones espantosas en nombre del Estado y señalando sin distinción que todos pobladores del jarillón son unos “invasores”.

El dique no es una línea de ocupación homogénea. En él, habitan comunidades que aparecieron en distintas épocas y bajo condiciones diversas, con intereses diversos y diferentes motivaciones. No es lo mismo “Nuevo Amanecer” a “Floralia” o a “Navarro”. Tampoco lo era en su momento “Villa moscas” con “Los Samanes del Cauca”. Cada asentamiento es muy particular y cada asentamiento tiene su propia estructuración. Una solución que pretende como tábula rasa, arrasar con todo, sería una solución fallida como ejercicio de una violencia del Estado.

En casos como Los Samanes del Cauca, fue la misma agencia del Estado quién ubico las primeras familias ahí con contratos y pago de arriendo. ¿Cómo es posible entonces que ahora se diga que son invasores? Los mismos agentes del Estado produjeron la ocupación.

El fenómeno de ocupación del jarillón requiere, por tanto, de una solución integral e integradora que involucra e involucre muchas dimensiones, que percibo, no se han tenido en cuenta por parte de la Administración. Pienso entonces, que el proceso de desocupación del jarillón no es solo de desalojar las familias (5 más personas por hogar) y reubicarlas en viviendas de 35mts2. Esa es la salida más patética, facilista e irresponsable, cuando se ha negado la multidmensionalidad de lo que verdaderamente implica una solución.

Tratar a estas comunidades como "invasoras" es expresión dañina que estigmatiza la dignidad de las persona asentadas (que son seres humanos), generaliza una idea confusa de lo que ha sido la historia de la ciudad y construye una representación en la opinión pública errónea y que ahora recae sobre estas comunidades como seres “indeseables” que afean y afectan la ciudad. Lo que quiero decir es que el discurso aquel que señala a estas familias como “invasoras” es un discurso verdaderamente falso. 

En los casos que he estudiado -y lo expreso con total responsabilidad, convecinimiento y conocimiento de causa porque he estado en las zonas, conozco las personas y se lo que son -, las comunidades siempre han manifestado que están dispuestas a colaborar con las soluciones que plantee el Estado, siempre y cuando, se hagan dentro de los espacios legítimos de participación, de respeto y defensa de los derechos, así como de  concertación, escucha y construcción colectiva con la comunidad. 

Incluso, algunas comunidades tienen como propuestas de solución modelos de viviendas agroecológicas, planes y proyectos a la espera que las administración municipal les escuche para dárselos a conocer. Las comunidades no se han negado a colaborar con una solución efectiva de esta situación.

Creo que el fenómeno de ocupación y desocupación del dique deja ver de modo claro los problemas de un Estado colombiano, cuyas agencias y agentes, a veces inoperantes para resolver de modo inteligente los problemas de la sociedad, terminan reproduciendo no solo la violencia física y simbólica, sino acrecentando el problema. El caso de Potrero Grande es un excelente ejemplo.

En jarillón, expresión clara del abandono de parte de las administraciones municipales que eran las responsables junto con otras agencias del Estado, encontramos campesinos, microempresas, negocios, zoológicos, granjas, viveros, residencias, empresas de plástico y todo lo que Usted se pueda imaginar. Incluso en el Corregimiento de Navarro, la escuela, la policía y el centro de salud, que son instituciones del Estado, que fueron construidas por el Estado, están ubicadas sobre la línea del jarillón, precisamente, sobre la zona de inundación del río. ¿Son la escuela, la policía y el centro de salud invasores también?

Finalmente, deseo expresar que es patético escuchar y leer lo que muchas personas dicen sobre estas comunidades tratándolas de la peor forma como por ejemplo: "invasores", "chusma forastera", "plagas bíblicas", "malviventes" entre otras denominaciones y señalamientos lamentables; y lo hacen desde sus lugares confortables siendo ignorantes, patéticos, total desconocedores e ingenuos de lo que ha sido la historia de la ciudad en la que viven. Dicen por decir, sin criterio y de modo irresponsable. Son personas que terminan repitiendo lo que repiten los medios, porque no son capaces de crear su propio criterio. Terminan siendo como muñecos de ventrílocuo de circo.