Cali: ¿ciudad
segura?[1]
Por
Hernando Uribe Castro
Magíster en Sociología
Estudiante del doctorado en Ciencias Ambientales,
Universidad del Valle
El
14 de enero de 2015, el periódico El País anunciaba que Santiago de Cali había
sido certificada por el Reino Unido “como
una ciudad segura para la inversión.” Noticia que es tomada como hecho
positivo para la ciudad, tanto por los medios de comunicación, sectores de
poder económicos y claro, por la Administración Municipal.
El
Alcalde frente a este hecho dijo que “confirma
que el Valle es uno de los lugares más atractivos tanto para el turismo como
para la inversión pública y privada de muchos países… la ciudad cuenta con
todas las condiciones, además de un buen clima de negocio y mano de obra
calificada.”
Algo
no cuadra. ¿Una ciudad que es segura para el inversionista extranjero, pero
insegura para sus pobladores? Entendiendo por “insegura” una definición que
supera la estadística criminal (14 asesinatos solo el 1 de enero de 2015), y
que incluye inseguridad social, educativa, productiva e institucional del
Estado colombiano cuya repercusión se expresa en la inequidad y la amplia
desigualdad social.
Incluso,
si redujéramos la definición del concepto de “inseguridad” a las tasas de
criminalidad, la ciudad estaría en un lugar muy incómodo: según el Informe del
Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal A.C, la ciudad
de Cali se sitúa como la novena ciudad más violenta del mundo, con una tasa de
66.25 por 100 mil habitantes.[2]
La
inseguridad se siente en los hogares (acceso a vivienda, carencias básicas,
pésima alimentación, desempleo, mínimos salarios), en sus entornos barriales
(mal transporte, falta de dotación de espacios políticos, deficiente servicio
de agua y energía) y en una ciudad (caótica, segregada, peligrosa, contaminada,
destruida). Es decir, es una inseguridad que abarca la totalidad de la
existencia. Una inseguridad que abarca la desconfianza en las instituciones y
agentes de la administración pública: se desconfía del policía, del Alcalde,
del funcionario, del jurista, del juez y del político.
Todas
las Administraciones Municipales, incluyendo la presente, siempre se
pronuncian, con estadísticas oficiales en mano, y muestran una tendencia
favorable. Igual sucede con la institución policial y las instituciones de
prestación de servicios sociales y de control social para dar cuenta de sus
logros. Pero para la mayor parte de los pobladores, -los que viven la ciudad en
su cotidiano discurrir y transitar, todos los días, del trabajo a la casa o de
la casa al estudio, madrugar y regresar hasta tarde en la noche, con salarios
de miseria, con un sistema educativo y de salud deficiente-, la percepción es
otra. Pero ello poco importa para quienes promueven a Cali como un destino
económico, tal como ya lo había señalado en mi libro Cali, ciudad de miedos.
Se
presencia, entonces, un proyecto de ciudad internacionalizada y atractiva para
el inversionista extranjero del Reino Unido, pero insegura y excluyente para
los ciudadanos. En ella se encuentran focalizadas y segregadas las inversiones
económicas y culturales. Los lugares incluidos y los lugares excluidos.
Un
proyecto de ciudad, agenciado por agentes de la elite empresarial (parte de la
misma élite política) y que tienen el poder de proponer, aprobar y ejecutar un
ordenamiento territorial urbano que continúa reproduciendo la exclusión de la
mayor parte de la población de su plusvalía, pero que las incluye para los
cobros de impuestos y pago por servicios. Todo ello sucede sin que las personas,
los ciudadanos lo sepan porque se legitima con acciones y discursos que
reproducen dominación física y dominación simbólica, de tal manera que los
ciudadanos ni siquiera saben que no desconocen, que no saben que estas cosas
suceden.
Bajo
la idea de “ciudad moderna”, de ciudad “CaliDad” se hace creer que el camino
hacia el “desarrollo” y el “progreso” es para todos y que se puede ver en la
construcción de más y mejores complejos comerciales, ampliación de avenidas,
complejos hoteleros para atraer turismo, centros de eventos internacionales de
entretenimiento y del deporte que hacen la ciudad atractiva para el
inversionista.
Se
presencia, entonces, un claro ejemplo de cómo las ciudades en ese proceso de
neoliberalización, incursionan en la moda de las ciudades marca. Aquellas que son certificadas por los agentes del
Estado, por agentes privados del capital globales y gobiernos internacionales
como por ejemplo, Reino Unido en este caso. Los agentes del gobierno ya no son
funcionarios sino excelentes empresarios que promocionan la ciudad Marca. El
geógrafo David Harvey lo expresa de esta forma: “Los gobiernos locales se han visto obligados en diverso grado a asumir
iniciativas más propias de empresas privadas –en particular, por lo que toca a
la creación de un entorno favorable para el capital privado a costa, si es
necesario, de la población urbana–, un proceso que fomenta la competencia entre
las regiones metropolitanas.” (Harvey 2007)
Mientras
tanto, en la ciudad, aumentan los problemas por la miseria, la pobreza, los
niveles de inseguridad en el sentido amplio del concepto, los atropellos
institucionales, la corrupción de los políticos, la desigualdad y la
segregación social tan evidente en el espacio urbano. Ciudad segura ¿Para quién
o quiénes?
Se
me reprochará, seguramente, ¿cómo es posible que usted esté en contra del
“desarrollo” y del “progreso” de la
ciudad, de su embellecimiento y de la atracción de inversiones para aumentar el
empleo? A lo que responderé, nada más falso que aquel discurso del “desarrollo”
y del “progreso” íntimamente asociado a un sistema de poder de dominación
física y simbólica. Una ciudad cuya élite de poder permanece vinculada con la
construcción de esta región desde los siglos pasados. Una capital de
Departamento en donde “un determinado
número de agentes que han hecho el Estado, y se han hecho a sí mismos como
agentes del Estado al hacer Estado, tuvieron que hacer el Estado para hacerse
poseedores del poder del Estado.” (Bourdieu 2014:60). Es decir, una élite
que ha penetrado, cooptado y capturado el Estado es la misma que se atreve a
gritar y a celebrar a los cuatro vientos que Cali es una ciudad segura… para la
inversión extranjera; lo(s) demás, no es (son) su(s) asunto(s).