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viernes, 13 de febrero de 2015

CALI: ¿CIUDAD SEGURA?

Cali: ¿ciudad segura?[1]

Por
Hernando Uribe Castro
Magíster en Sociología
Estudiante del doctorado en Ciencias Ambientales, Universidad del Valle

El 14 de enero de 2015, el periódico El País anunciaba que Santiago de Cali había sido certificada por el Reino Unido “como una ciudad segura para la inversión.” Noticia que es tomada como hecho positivo para la ciudad, tanto por los medios de comunicación, sectores de poder económicos y claro, por la Administración Municipal.

El Alcalde frente a este hecho dijo que “confirma que el Valle es uno de los lugares más atractivos tanto para el turismo como para la inversión pública y privada de muchos países… la ciudad cuenta con todas las condiciones, además de un buen clima de negocio y mano de obra calificada.”

Algo no cuadra. ¿Una ciudad que es segura para el inversionista extranjero, pero insegura para sus pobladores? Entendiendo por “insegura” una definición que supera la estadística criminal (14 asesinatos solo el 1 de enero de 2015), y que incluye inseguridad social, educativa, productiva e institucional del Estado colombiano cuya repercusión se expresa en la inequidad y la amplia desigualdad social.

Incluso, si redujéramos la definición del concepto de “inseguridad” a las tasas de criminalidad, la ciudad estaría en un lugar muy incómodo: según el Informe del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal A.C, la ciudad de Cali se sitúa como la novena ciudad más violenta del mundo, con una tasa de 66.25 por 100 mil habitantes.[2]

La inseguridad se siente en los hogares (acceso a vivienda, carencias básicas, pésima alimentación, desempleo, mínimos salarios), en sus entornos barriales (mal transporte, falta de dotación de espacios políticos, deficiente servicio de agua y energía) y en una ciudad (caótica, segregada, peligrosa, contaminada, destruida). Es decir, es una inseguridad que abarca la totalidad de la existencia. Una inseguridad que abarca la desconfianza en las instituciones y agentes de la administración pública: se desconfía del policía, del Alcalde, del funcionario, del jurista, del juez y del político.

Todas las Administraciones Municipales, incluyendo la presente, siempre se pronuncian, con estadísticas oficiales en mano, y muestran una tendencia favorable. Igual sucede con la institución policial y las instituciones de prestación de servicios sociales y de control social para dar cuenta de sus logros. Pero para la mayor parte de los pobladores, -los que viven la ciudad en su cotidiano discurrir y transitar, todos los días, del trabajo a la casa o de la casa al estudio, madrugar y regresar hasta tarde en la noche, con salarios de miseria, con un sistema educativo y de salud deficiente-, la percepción es otra. Pero ello poco importa para quienes promueven a Cali como un destino económico, tal como ya lo había señalado en mi libro Cali, ciudad de miedos.

Se presencia, entonces, un proyecto de ciudad internacionalizada y atractiva para el inversionista extranjero del Reino Unido, pero insegura y excluyente para los ciudadanos. En ella se encuentran focalizadas y segregadas las inversiones económicas y culturales. Los lugares incluidos y los lugares excluidos.

Un proyecto de ciudad, agenciado por agentes de la elite empresarial (parte de la misma élite política) y que tienen el poder de proponer, aprobar y ejecutar un ordenamiento territorial urbano que continúa reproduciendo la exclusión de la mayor parte de la población de su plusvalía, pero que las incluye para los cobros de impuestos y pago por servicios. Todo ello sucede sin que las personas, los ciudadanos lo sepan porque se legitima con acciones y discursos que reproducen dominación física y dominación simbólica, de tal manera que los ciudadanos ni siquiera saben que no desconocen, que no saben que estas cosas suceden.

Bajo la idea de “ciudad moderna”, de ciudad “CaliDad” se hace creer que el camino hacia el “desarrollo” y el “progreso” es para todos y que se puede ver en la construcción de más y mejores complejos comerciales, ampliación de avenidas, complejos hoteleros para atraer turismo, centros de eventos internacionales de entretenimiento y del deporte que hacen la ciudad atractiva para el inversionista.

Se presencia, entonces, un claro ejemplo de cómo las ciudades en ese proceso de neoliberalización, incursionan en la moda de las ciudades marca. Aquellas que son certificadas por los agentes del Estado, por agentes privados del capital globales y gobiernos internacionales como por ejemplo, Reino Unido en este caso. Los agentes del gobierno ya no son funcionarios sino excelentes empresarios que promocionan la ciudad Marca. El geógrafo David Harvey lo expresa de esta forma: “Los gobiernos locales se han visto obligados en diverso grado a asumir iniciativas más propias de empresas privadas –en particular, por lo que toca a la creación de un entorno favorable para el capital privado a costa, si es necesario, de la población urbana–, un proceso que fomenta la competencia entre las regiones metropolitanas.” (Harvey 2007)

Mientras tanto, en la ciudad, aumentan los problemas por la miseria, la pobreza, los niveles de inseguridad en el sentido amplio del concepto, los atropellos institucionales, la corrupción de los políticos, la desigualdad y la segregación social tan evidente en el espacio urbano. Ciudad segura ¿Para quién o quiénes?

Se me reprochará, seguramente, ¿cómo es posible que usted esté en contra del “desarrollo”  y del “progreso” de la ciudad, de su embellecimiento y de la atracción de inversiones para aumentar el empleo? A lo que responderé, nada más falso que aquel discurso del “desarrollo” y del “progreso” íntimamente asociado a un sistema de poder de dominación física y simbólica. Una ciudad cuya élite de poder permanece vinculada con la construcción de esta región desde los siglos pasados. Una capital de Departamento en donde “un determinado número de agentes que han hecho el Estado, y se han hecho a sí mismos como agentes del Estado al hacer Estado, tuvieron que hacer el Estado para hacerse poseedores del poder del Estado.” (Bourdieu 2014:60). Es decir, una élite que ha penetrado, cooptado y capturado el Estado es la misma que se atreve a gritar y a celebrar a los cuatro vientos que Cali es una ciudad segura… para la inversión extranjera; lo(s) demás, no es (son) su(s) asunto(s).



[1] Columna de opinión publicada el 14 de febrero de 2015. Periódico El Pueblo.
[2] El informe señala que la primera la ocupa la ciudad hondureña de San Pedro Sula con una tasa de 171.20 homicidios por cada 100 mil habitantes.