Sistema financiero global, crisis ambiental y ética
Por
Hernando Uribe Castro
La acción humana
ha generado importantes efectos sobre los elementos de la naturaleza. Lo que ha
sucedido a lo largo de la existencia social sobre la tierra, es que
precisamente cada época precisó un modo particular de comprender su relación
con ella. De ahí, emerge el planteamiento del filósofo Hans Jonas, cuando
estima que: “Para el hombre antiguo y
medieval, pretécnico (en la acepción moderna de la «técnica»), la naturaleza
era algo duradero y permanente, sometido ciertamente a los ciclos y cambios,
pero capaz de curar sin dificultad las pequeñas heridas que el hombre le
causaba con sus minúsculas intervenciones. Esto ha cambiado radicalmente con la
aspiración de la ciencia moderna y la técnica que de ella se deriva. Ahora el
hombre constituye de hecho una amenaza para la continuación de la vida en la
Tierra. No sólo puede acabar con su existencia, sino que también puede alterar
la esencia del hombre y desfigurarla mediante diversas manipulaciones. Todo
esto representa una mutación tal en el campo de la acción humana que ninguna
ética anterior se encuentra a la altura de los desafíos del presente.”
(1995:8)
En
los últimos siglos el capitalismo generó impactos ecológicos profundos e
irreversibles. Un actor responsable de la crisis ambiental global es el Sistema
Financiero y sus principales organismos: Banco Mundial, Fondo Monetario
Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Es responsable porque a
través de sus organismos, oficinas y sedes, se han aprobado inversiones,
préstamos y apoyos a Estados, corporaciones y/o empresas. Un sistema que
financia todo tipo de iniciativas que produzcan rentabilidad, sin importar los
daños que generen sobre la naturaleza y la humanidad.
A
través de sus políticas, alienta a los gobiernos, a imponer planes de
desarrollo alineados con sus intereses, para hacer aún más frágiles a los
Estados en lo que toca a sus instituciones y en su responsabilidad social y
ambiental. Al tiempo que los debilitan, los hacen fuertes para afianzar el
negocio internacional, liberar sus economías al mercado mundial, especializar
los territorios a partir de las llamadas ventajas comparativas. A promover
actividades extractivistas focalizadas en los recursos fósiles, minerales y
biológicos. A desarrollar megaproyectos que impactan las comunidades y sus
entornos locales. A abaratar la mano de obra. A imponer paquetes tecnológicos
que destrozan el ambiente y exterminan las comunidades campesinas, indígenas y
afrodescendientes. Esto ha sido claro en América Latina con la tendencia al
extractivismo, los megaproyectos y la ampliación de la línea de pobreza y
miseria.
También
alienta a las Corporaciones globales (ICBC, China Construction Bank, JPMorgan,
General Electric, Exxon Mobil, HSBC Holdings, Royal Dutch Shell) y grupos
empresariales, como las mineras (BHP Bilinton, Vale, Rio Tinto, Anglo American,
Freport-McMoRan) con préstamos
jugosos, para financiar sus proyectos e inversiones en recursos fósiles como
petróleo, carbón y mercados de carbono. Incluso, se les han aprobado
inversiones, préstamos y apoyos para implementar negocios con el agua, la
tierra, el aire, el subsuelo en diferentes partes del mundo, con retorno a
grandes velocidades de capitales y ganancias. Y detrás de estos proyectos,
aparece “oculta” la ciencia y todos sus desarrollos científicos y técnicos.
Como
es de esperarse - y frente a la presión global por la necesidad de resolver el
problema del calentamiento global y depredación de la naturaleza-, estos
organismos internacionales construyen un discurso ecológico (ecología débil),
como mecanismo con el que pretenden mostrar su interés y preocupación por la
salud del planeta y la sociedad. Por ejemplo, en algunos países se vienen
utilizando los “Bonos verdes”. Según el Banco Mundial “El año anterior se emitieron bonos verdes por unos
US$11 000 millones.” ¿Son estos bonos verdes una posible solución? ¿Acaso
no se pueden poner en práctica de parte
de estas corporaciones, soluciones mucho más radicales?
¿Cuánto
dinero se mueve a través del sistema
financiero global para la exterminación ambiental en los territorios
latinoamericanos? ¿Se abstendrá el sistema financiero de aprobar préstamos a
corporaciones globales encargadas realizar proyectos extractivos altamente
destructores del planeta y de las condiciones del sistema viviente? ¿Cuánto de
nuestro dinero depositado en los bancos, como ahorros, fueron utilizados para
financiar empresas destructoras de la naturaleza y de las comunidades locales?
¿Es posible que las corporaciones financieras utilicen criterios éticos para
realizar préstamos a empresas que acaban con el ambiente local y global?
¿Por
qué en Colombia no se ha planteado este debate ético de los bancos y
corporaciones financieras en su responsabilidad con la crisis ambiental? ¿Se habla
siquiera de las inversiones sostenibles tanto del Estado como de los privados? ¿Hacen parte estas discusiones de la
agenda política en los escenarios de decisión en este país? Por tanto, urge
poner en juicio ético y político -por las implicaciones que han tenido sus
acciones y actos sobre la naturaleza, el clima, la destrucción de zonas
frágiles y las comunidades locales- al sistema financiero y sus secuaces.
Estamos urgidos de tomar la
recomendación que magistralmente lanzó a todas voces Hans Jonas sobre la
necesidad de una nueva ética orientada al futuro, que debe regir el presente: la ética de la responsabilidad. Las
éticas fundadas en el pasado quedaron desbordas con las acciones humanas
logradas por la ciencia y la tecnología. Y esto nos pone en un grave problema
porque para las condiciones de crisis ambiental y humana del presente, todavía
operan esas éticas ya desgastadas. Por ello, la naturaleza parece no doler, no
importar y no ser parte de nuestra responsabilidad en un mundo que está gobernado
por la ingenuidad de la humanidad, el egocentrismo de especie, la arrogancia de
unos pocos y la vanidad de su poder, donde el capital es flujo -invertido y con
altas y veloces tasas de retorno y ganancia-, y que tiene la capacidad de
ocasionar daños irreparables e irreversibles sobre el planeta.
La ética de la responsabilidad se hace
mucho más urgente: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean
destructivos para la futura posibilidad de vida”. (H. Jonas, 1995:40).