El miedo ambiente en Cali, Colombia
Por:
A
pesar de todos los anuncios e informes globales sobre la crisis ambiental, la
sociedad brinda pocos signos de miedo frente a las consecuencias de sus actos y
actividades irresponsables con la naturaleza en los lugares que habitan y las
implicaciones que tienen para el planeta Tierra.
Pareciera
como si la posibilidad de ocurrencia de un desastre ambiental no se percibiera
como algo que pueda suceder en cualquier momento, sino como un acontecimiento
lejano en tiempo y espacio. Incluso, en un mundo donde la tendencia es a la
concentración de población en las ciudades, el miedo en y a la ciudad se sigue
percibiendo en términos de criminalidad, seguridad e inseguridad y poco se
siente la preocupación por el miedo ecológico y/o ambiental.
En
buen medida, el miedo ambiental se in-visibiliza de parte de los gobiernos y
los inversores privados y se manipula para orientar la opinión pública, para
favorecer los intereses económicos y políticos con el fin de ejecutar la ciudad
concebida por la racionalidad del reduccionismo técnico y económico, que
beneficia a unos pocos y afecta a la gran mayoría.
La
magnitud de los impactos ambientales a causa de este desarrollo se abandona y
se opaca a los ojos de los ciudadanos. Muy a pesar de que los profesionales en
el estudio y evaluación del impacto ambiental hagan gritos desesperados de la
necesidad de transformar el modo de comprender, actuar y vivir en un mundo que
es limitado para la humanidad; mientras tanto, los poseedores de las
decisiones, de los planes, programas y proyectos de “desarrollo” los ejecutan
sin importar las consecuencias para el presente y futuro de la naturaleza que,
en última instancia, también es nuestro presente y futuro como especie.
En
Cali, por ejemplo, ciudad colombiana, el desastre ocasionado por el “desarrollo”
con respecto a los elementos de la naturaleza como el agua, el aire y el suelo
expresan ya, a simple vista, efectos irreversibles. Cuencas hídricas
destruidas, montañas erosionadas y desnudadas de su cobertura vegetal, bosques
extintos, pérdida de ecosistemas endémicos y especies nativas, grandes
socavones sobre las pendientes de la montaña para la extracción minera y
material para la construcción.
Adicional
a ello, una expansión urbana sobre áreas que no deben ser urbanizadas, como
zonas de antiguos humedales o de inundación del río Cauca, como sucede en el
oriente y suroriente de la ciudad y, la construcción sobre las laderas de las
montañas ubicadas próximas a fallas geológicas o en cercanías del de reservas
forestales y el Parque Nacional Natural Farallones.
El
aire, el agua, el suelo y la vida por la presencia y expansión de la ciudad podrían
considerarse en crisis y aun así, el miedo ambiental no se percibe entre los
ciudadanos, ni entre los autores intelectuales y ejecutores de los proyectos.
La
carencia del miedo repercute en los actos irresponsables de gobiernos y
gobernados para quienes la crisis de la naturaleza parece ser cuento de
fábulas. La carencia de miedo implica seguir desarrollando políticas de
desarrollo urbano sin ningún tipo de respeto por las condiciones locales
ecosistémicas. La producción de la carencia de miedo es hacer de los ciudadanos
negligentes a los proyectos liderados por el capital privado y el Estado.
Existe
entonces, una distancia entre el riesgo potencial y la percepción que los
habitantes tienen y puedan tener de sus entornos. Es decir, la sociedad caleña,
sus políticos y comunidades, a pesar de haber construido sobre zonas con amenazas
latentes, no han querido (intencional o no) percibir ese riesgo histórico del
cual hacemos parte.
Pero
también suele suceder que se perciba el riesgo que se corre, pero pueden llegar
a pesar más los intereses particulares, las necesidades u otros aspectos que
conllevan a que sabiendo que se corre riesgo, se continúe promoviendo estos
procesos de desarrollo urbano y los efectos nocivos sobre las condiciones
naturales de los entornos. Un ejemplo claro se tiene con el proyecto conocido inicialmente como Ecociudad Navarro (hoy llamado Ciudadela CaliDa), cuyo proyecto pretende desarrollar 45 mil viviendas construidas sobre el antiguo botadero de basura de Navarro. Incluso, el que al proyecto se le haya cambiado de denominación de Ecociudad Navarro a Ciudadela CaliDa puede entenderse como un ocultamiento de lo que verdaderamente sucede con este lugar y las implicaciones que tendría a futuro para la de salud de las personas que empiecen a vivir en ese lugar.
En
este sentido, tanto la construcción como la percepción social del riesgo, son
elementos que se pueden complementar, que son históricos y sociales, pero
también espaciales, porque regularmente el riesgo surge de las acciones de los
individuos y su comportamiento y acciones sobre el espacio. El mejor y más
reciente ejemplo lo tuvimos aquí mismo, en Colombia, con el municipio de
Salgar, ubicado sobre todo el cauce del río, quien por una mezcla de causas
naturales e intervenciones antrópicas, reclamó su lugar, su antiguo cauce.
Es
un ejemplo al que deberíamos prestarle toda la atención y empezar a pensar
sobre nuestra realidad y lugar donde desarrollamos nuestras vidas. Sin lugar a
dudas, Cali hoy es una expresión de desastre ambiental, actual y potencial, tanto
por lo que ocurren en su zona rural como por lo que acontece en su zona urbana.