Este es un espacio que propone reflexiones y debates sobre la inter-retro-conexión sociedad en la Naturaleza y la Naturaleza en la sociedad.

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martes, 28 de julio de 2015

LADERAS DE CALI: DESTRUCCIÓN ECOLÓGICA Y DEGRADACIÓN AMBIENTAL

Laderas de Cali: destrucción ecológica y degradación ambiental*

Por:
Hernando Uribe Castro
Centro Interdisciplinario de Estudios de la Región Pacífico Colombiana, CIER
Profesor de la Universidad Autónoma de Occidente
Estudiante del Doctorado en Ciencias Ambientales, Universidad del Valle

Una de las atracciones naturales más hermosas que poseía Santiago de Cali en el pasado era, precisamente, el paisaje cordillerano boscoso que sobresalía sobre los Farallones de Cali y sus variadas tonalidades de verde. Un lugar que con el paso del tiempo se va destiñendo y transformándose por los diferentes impactos de las actividades humanas.

Hoy en día, se presencian los fuertes impactos causados por los asentamientos humanos (legales, ilegales e informales), así como por las diferentes actividades agrícolas, mineras y de explotación maderera. Todo un proceso de destrucción ecológica y transformación paisajística por quemas, tala de bosque e incendios. Desde el mirador de la Iglesia de San Ignacio de Loyola en Terrón Colorado con vista hacia el cerro de las Tres Cruces, el panorama es desalentador, pues la actividad extractiva destroza este cerro.

Actividad extractiva sobre la cuenca del río Cali. Frente a la Iglesia San Ignacio de Loya
Carretera vía al mar - Cali. Fuente: Google Earth.

De este modo, el impacto no solo tiene que ver con el agotamiento y la contaminación del agua, el aire y la erosión del suelo, sino también con los conflictos sociales relacionados con las actividades legales e ilegales producidos por la extracción de los elementos de la naturaleza y por el mercado de tierras para procesos de urbanización.

Pero no basta únicamente con percibir el daño, es necesario llevar a cabo las investigaciones académicas y legales para determinar responsables, impactos y problemáticas relacionadas con el conjunto de estas actividades.

Mientras que las comunidades han alertado sobre la situación delicada que se está dando con respecto a la extracción de minerales, de roca y vegetación sobre la cuenca del río Cali y Aguacatal, las autoridades ambientales y la fuerza pública poco hacen por impedir que en estos sectores se continúe destruyendo la naturaleza. Algunos ejemplos son: el caso de la minería en Peñas Blancas, en el lugar conocido como Minas del Socorro, El Alto del Buey y las canteras en Normandía.

Con respecto al primero, en un reportaje de mayo del presente año, el periódico El País en entrevista al director Territorial Pacífico de Parques Nacionales, expresaba que: existían 622 hectáreas afectadas, Uno de los ecosistemas más diezmados es el de bosque alto andino, rico en especies vegetales como el roble y el encenillo y todo tipo de aves que ven amenazada su hábitat.” (El País, 14 de mayo de 2015). La actividad ilegal ha llegado, incluso, a cambiar el cauce de la quebrada del Socorro que es afluente del río Cali por medio de un  túnel artificial de 30 metros de largo que transporta estas aguas hacia el río Anchicayá en la vertiente Pacífico.

Con respecto al segundo caso es el Alto del Buey, ecosistema de páramo y bosque andino en el que existen evidencias de campamentos para la extracción minera. Sobre este hecho escasea la información. Acceder al lugar es todavía mucho más riesgoso.

El tercero de los casos, es el de las canteras en Normandía. En informe de prensa de 2008, El Tiempo, titulaba “Cierran minas en las tres cruces” y se informaba que: “Las canteras fueron cerradas por la Administración municipal después de que el Juzgado 14 Administrativo del Circuito de Cali ordenara al alcalde Jorge Iván Ospina suspender la explotación ilegal a raíz de una acción popular instaurada por un grupo de ambientalistas contra el municipio. Las canteras de altos de Normandía eran explotadas por 60 personas. La inspectora de Policía, Olga Lucía Becerra, dijo que debía respetarse los derechos de estas personas que dependían de este trabajo, pero aclaró que de por medio estaba un derecho colectivo por un ambiente sano. Becerra dijo que la explotación se hacía de manera ilegal, generando muchos inconvenientes para el sector.” (El Tiempo, 23 de octubre de 2008).

En 2011, sobre este mismo caso, el periódico Occidente titulaba "Mina de Piedra Laja en Altos de Normandía será cerrada definivamente". En este reporte informaba que la Secretaria de Gobierno de Cali, Ingeominas y CVC, habían realizado visitas técnicas y habían logrado evidenciar el daño ecológico por la explotación de piedra laja. La Fundación Biodiversidad había realizado una acción popular para detener estas actividades y el cierre definitivo de estas canteras y se dispuso del cierre de caminos y senderos que conducen a este lugar y la instalación de un puesto de policía ambiental. (Occidente, 30 de septiembre de 2011)

Un vistazo hoy en día a todos estos hechos, Minas del Socorro, Alto del Buey, por solo nombrar algunos casos, permite establecer que las actividades continúan. De inmediato nos surgen interrogantes:

¿Qué está sucediendo en las laderas de Cali? ¿Si existe una normatividad legal ambiental, por qué no se hace cumplir? ¿Por qué los agentes del Estado prolongan en el tiempo las acciones que debieron de ejercerse hace tiempo? ¿Por qué, y a pesar, de que el Plan de Desarrollo de Cali se considera el más ambiental, se continúa sin ejercer el control sobre estas zonas para evitar la presencia de estas actividades destructoras de las cuencas hídricas? ¿Existen personas, grupos y/o organizaciones ya identificadas y judicializadas por estas actividades? ¿Por qué, conociéndose estos hechos, el proceso de destrucción continúa? ¿Dónde están los agentes del Estado encargados y responsabilizados por estos hechos? ¿Por qué se atacan algunos casos como el de jarillón y por qué otros se callan e invisibilizan?

Y peor aún, ¿Acaso empresarios, políticos o agentes privados con mucho poder en los espacios de decisión local, están detrás de estos intereses económicos y actividades extractivas ilegales?

* Publicado por El Pueblo, 1 de agosto de 2015.


viernes, 17 de julio de 2015

ENTRE PUENTES, SEMÁFOROS Y CAOS URBANO: UN URBANISMO EXTRAÑO

Entre puentes, semáforos y caos urbano: un urbanismo extraño

Por: Hernando Uribe Castro
Magíster en sociología,
Estudiante del Doctorado Interinstitucional en Ciencias Ambientales, Universidad del Valle
Profesor, Universidad Autónoma de Occidente

De las cosas que llama profundamente la atención con respecto a la movilidad de Cali, tiene que ver con un conjunto de obras civiles, construcciones e infraestructuras realizadas a lo largo de la historia urbana de la ciudad que tras una cuidadosa observación, produce preguntas, inquietudes y cuestionamientos. Muchas de estas obras impactan no por su diseño arquitectónico ejemplar, sino por lo mal elaboradas y por la pobre función que cumplen.

Obras que se construyeron muy mal y que no han logrado solucionar muchos de los problemas de movilidad de la ciudad prometidos. Una ciudad que en su mayor parte posee una topografía plana, piensa uno, facilitaría una excelente planificación. Desafortunadamente, las obras evidencian que sobre su ejecución, pesaron más los intereses económicos en beneficio de lo privado y personal que unos intereses auténticamente ciudadanos y colectivos.

Inicio con la mal llamada “Autopista suroriental” cuyo  trazado, extraño de por sí, zigzaguea desde el norte hacia el oriente, y del oriente hacia el occidente y del occidente hacia el sur. No es una línea recta.

Esta “Autopista” tiene la particularidad de que sobre ella existe un número importante de puentes vehiculares y debajo de cada puente una cantidad de semáforos (casi en cada cruce con vías secundarias importantes).

Piensa uno, en su ingenuo y poco conocimiento en obras civiles, que si se construyen puentes sobre las principales vías es para que el flujo de autos no se interrumpa y, en consecuencia, se eviten trancones y obstáculos para la movilidad. Por tanto, la función de que se construyan puentes es para mantener el flujo continuo de vehículos y peatones.

Pero precisamente esto es lo que no sucede sobre esta autopista: obsérvese cómo en el sector donde se conecta la “Autopista” Suroriental con la “Autopista” Simón Bolívar, existe el puente de los Mil Días y debajo de él están los semáforos. Si se sigue el recorrido, se llega al hundimiento vial de la autopista frente al edificio Comfandi de Prados de Oriente con Troncal de Aguablanca. Un hundimiento que se hace con el fin de agilizar la movilidad por el sector en beneficio del transporte masivo MIO, termina finalmente construido con una maraña de cruces y semáforos que producen una movilidad lenta y trancones a las horas pico. Los autos, peatones y ciclistas se confunden a la hora de transitar por este lugar. Y lo peor es que este hundimiento termina en uno de sus extremos con unos semáforos. 

Luego se llega al sector de La Luna (Autopista con calle 13), donde también existe un inmenso puente y debajo de él este están los semáforos. Igual sucede en el sector de la 39, junto a las canchas Panamericanas. Puentes con semáforos por doquier. ¡Qué locura!

Sobre la “autopista” Simón Bolívar hace algunos años se construyeron unos puentes largos peatonales que nadie usa, y debajo de estos puentes se han puesto semáforos. Las personas pasan la autopista al ras del piso y no hacen uso de los puentes.

Ahora bien, sobre el sector del Valle del Lili a la altura de la calle 25 con carrera 100, se vuelven a unir la Autopista suroriental que con la Avenida Simón Bolívar que traen cada uno de a 5 carriles. Estas dos vías con 10 carriles al unirse quedan tan solo en dos, que son los dos carriles que van desde el puente de la 25 con 100 hasta el Municipio de Jamundí. En este lugar también se ha formado un paradero “pirata” de los buses intermunicipales que van hacia el sur del país. En este punto diariamente se producen trancones, accidentes de vehiculares, choques con motos y tránsito de carretillas (vehículos de tracción animal). Se pincha una llanta de bicicleta y el trancón sobre este lugar es monumental.

Con una ciudad tan plana como Cali, el trazado de las vías, se supone debe ser eficiente para la movilidad vehicular y sobre todo, para la movilidad en bicicleta y peatonal. Cali carece de ciclorutas y las que existen, como por ejemplo sobre la avenida Simón Bolívar es perversa. No solo por los problemas del diseño de esta ciclo ruta, sino también por su mal estado, su descuido y falta de mantenimiento y por la inseguridad permanente en el sector.

La reciente construida Avenida Ciudad de Cali en el oriente de la ciudad es otro ejemplo de los trazados viales cuyo estado es lamentable. Semáforos en cada esquina a veces sin funcionar, huecos por doquier, no existe señalización alguna, no posee cicloruta, los andenes peatonales están en muy mal estado y en algunos lugares no se construyeron.

Existe en esta ciudad uno de los trazados viales más extraños, caóticos y poco funcionales como la llamada “Troncal de Aguablanca”. Una vía sobre la que opera el servicio del transporte masivo Mío cuyo diseño y trazado es espantosamente dis-funcional. Un carril de vehículo en cada lado, un carril para el masivo Mío y unos andenes de menos de 1 metro de ancho para los peatones. El tránsito lento de una bicicleta en este lugar produce un trancón monumental. Los peatones deben bajar del andén en algunos sectores y transitar sobre la vía por donde van los autos, porque los andenes son un peligro mortal, puesto que no están diseñados en condiciones dignas para la movilidad de personas. No imagino como pueden transitan sobre este lugar personas en condición de discapacidad, de la tercera edad o madres con sus niños de brazo.

No se entiende cómo en esta ciudad los ciudadanos hemos permitido este tipo de obras increíblemente mal elaboradas que no solucionaron los problemas de movilidad y que al contrario produjeron muchos otros problemas que no existían.

Y es sobre esta perversa plataforma urbana que se está construyendo el futuro de la ciudad. Se expresa intereses políticos que no tuvieron la precaución de establecer si estas obras cumplían con los requerimientos técnicos y sociales, y las ejecutaron más por lo que, seguramente, representaba para sus arcas personales y redes clientelares, que los beneficios y servicios que prestaran a la ciudadanía.

Hoy tenemos una ciudad caótica en términos de movilidad, cuyos problemas se pretende resolver con el castigo económico de la fotomulta, la sanción económica de la norma de tránsito, pero que no se cuestiona el perverso diseño, función y estado que la maya vial urbana y peatonal cumple en esta ciudad.

Terminamos siendo los ciudadanos los responsables por aceptar que se hagan estas obras. Afectados por tener que exponer nuestras vidas al movilizarnos por estos mal diseñados lugares  y, lo peor, siendo culpables por no cumplir con lo exigido por la norma y el control social en una malla vial urbana que produce caos, descontrol e inseguridad.

La ciudad reproduce en este sentido miedos urbanos para vivirla y disfrutarla. Un diseño urbano que impide su disfrute para caminarla y reconocerla en placenteros y seguros paseos urbanos.